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Foto del escritorMauricio Liévano Quimbay

Las empresas líquidas

Actualizado: 23 ago 2018

Es un hecho tangible y real que las sociedades han cambiado y que el sello que identifica a esta era que vivimos es la inestabilidad y el cambio. Las empresas, sin importar el sesgo ideológico en el que se den, siguen siendo el bastión económico del mundo. Y ellas, también han cambiado.


Varios pensadores y filósofos han analizado el tema: Zygmunt Bauman, recientemente fallecido, fue sin duda uno de los grandes pensadores de nuestra época y acuñó el término “modernidad líquida”, como metáfora para referirse a una sociedad actual, en la que como en los líquidos, nada se mantiene firme y todo adquiere formas temporales e inestables.  Gilles Lipovetsky, filósofo francés,  sostiene que “las relaciones son cada vez más efímeras, la existencia individual era comunitaria. Pero desde el momento en que no hay una pertenencia comunitaria obligatoria, inevitablemente los individuos se separan. Hoy los individuos buscan la felicidad y se separan si no la encuentran”. Esa es la llamada época de la ligereza y la liviandad.


Es en este panorama que se desenvuelven las organizaciones de hoy y a eso hay que adaptarse. Las empresas en las que trabajaron nuestros padres y nuestros abuelos, incluso algunos de nosotros, eran esos lugares donde uno aspiraba a permanecer toda la vida. Por eso eran importantes temas como los planes de carrera, el sentido de pertenencia, los sindicatos y los pliegos de peticiones. La comunicación era unidireccional, igual para todos los niveles y los empleados hacían parte de una gran familia, aunque algunos fueran malos padres. O malos hijos.


Esas empresas hoy no existen. Esos trabajadores ya no existen. Los llamados Millennials y Centennialls , que conforman una gran porción de la población  de trabajadores de hoy en el mundo, quieren otras cosas. Un joven que en sus tres primeros años de vida laboral no haya cambiado de empleo de dos o cuatro veces, se sale de la norma. Y no es que sean inestables o no sepan lo que quieren, sino todo lo contrario. Saben y entienden que no quieren ninguna relación a largo plazo. No saben de sentido de pertenencia, sino que por el contrario lo que buscan es encontrarle un sentido a la pertenencia. Eso los hace felices, aunque sepan que esa felicidad es efímera y cambiante. Aunque el salario es importante, no lo es todo. Más que ganar bien -que lo quieren- les interesa ser reconocidos, aportar su conocimiento y su visión de vida, ser una gaseosa con burbujas hasta que el gas se les acabe. Entonces se irán. Las empresas modernas son aquellas que lo entienden, que saben que no hay que luchar por la retención del empleado, sino sacarle el máximo provecho, porque como la vida todo tiene un principio, un desarrollo y un final, que no hay que dramatizar demasiado. Empujan otras formas de trabajo como el hacerlo desde casa, impulsan liderazgos compartidos basados más en el conocimiento que en la misma jerarquía y trabajan por la consecución de un objetivo. Por eso se relacionan de otro modo, se hacen más fuertes en sus valores y en su cultura corporativa, buscan hacerse más atractivas cada día y sobre todo se comunican de otra forma. Le hablan diferente al obrero de la fábrica, que al alto ejecutivo, al hombre, a la mujer, al de ventas que al de producción, porque entienden que todos tienen motivos diferentes para estar. Segmentan lo que dicen, no le tienen miedo a la tecnología, a las aplicaciones móviles, al humor, a la ironía, a la ternura, a otras formas de contar. No le temen al disenso sino que por el contrario lo cultivan y tratan a todo el mundo por igual. Es decir diferente.


Es indudable que las relaciones de poder cambiaron, pero eso, antes que ser una amenaza bien puede ser el motor de desarrollo de todas las organizaciones. Antes se hablaba de la solidez como un atributo. Hoy se habla del dinamismo y del poder de adaptación. En las empresas líquidas los empleados se evaporan y eso que parece tan difícil y volátil no es más que la transformación de la materia. Las empresas deben ser proactivas, ágiles hipercomunicadas e innovadoras. La comunicación debe ser el fiel de la balanza, el elemento dinamizador y para eso hay que volver a las raíces. Sin embargo es necesario gente sin miedo, creativa y sobre todo, con cojones.



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