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Foto del escritorMauricio Liévano Quimbay

Elogio del fracaso

La historia del ser humano, es la historia de la búsqueda del éxito, una palabra proveniente del latín “exitus” que significa salida, término, fin, pero que en nuestra cultura significa triunfo.


Por eso nos obsesiona, nos preocupa, nos angustia, nos fascina y nos ciega. Cada quien lo valora de distinta manera, aunque por lo general en nuestra sociedad se asimila el éxito con la plata y con el prestigio, porque generalmente está condicionado por lo que piensan los demás. Desde pequeños hemos sido criados para alcanzarlo, sin importar el costo, y no tenerlo, significa frustración, desengaño, ruina y desastre. Estamos poco enseñados para asumirlo y a los que hemos estado en la orilla contraria, es decir eso que llaman fracaso, se nos viene el mundo encima.



A Francisco Maturana lo sabotearon y lo estigmatizaron por haber dicho que perder es ganar un poco, como también lo había dicho Shakespeare, Confucio y hasta Saramago. Sin embargo, eso que parece una bobada, una perogrullada, es algo tan profundo como saber que quien no aprende del error está condenado a repetirlo. Jobs, Gates, Branson y muchos de los grandes íconos del mundo empresarial, “fracasaron” en sus primeros intentos, pero entendieron la situación y lo intentaron nuevamente.


Si el tema es plata, muchísimo nunca será suficiente

Medir el éxito por el dinero o por el reconocimiento, resulta muy arriesgado, porque cuando se gana plata, muchísimo no termina siendo suficiente y cuando se vive de lo que dicen los demás, se dispara el ego y la arrogancia. Por eso, tal vez el éxito o el fracaso debería medirse en relación con las metas propuestas. Yo por ejemplo tuve en mi empresa un descalabro que me tuvo al borde de la quiebra. Creyendo saberlo todo y basados en nuestra experiencia, hicimos la apuesta por un proyecto digital novedoso y sencillo, que según nuestra dosis adecuada de arrogancia, resolvería situaciones específicas de comunicación al interior de las empresas. No contábamos, sin embargo, con que el mercado no lo entendería o que si lo entendería, no estaba preparado para dar un salto que a nuestra forma de ver, era obvio. Resultado: fracaso económico, inmovilidad corporativa y miedo. Sin embargo, el salto pedagógico ha sido enorme, porque hoy es claro que no es suficiente tener un buen producto o dar un buen servicio, sino que existen muchas variantes, que por obvias no dejan de ser importantes. Los genios de ocasión, dirán que esa conclusión es igual a la de Maturana. O a la de Shakespeare, Confucio y hasta la de Saramago.


Un fracaso puede ser una puerta de entrada. O de salida.

El tema ha cobrado tanto interés que en España crearon el Instituto del Fracaso, fundado por Leticia Gasca que tiene como objetivo adquirir aprendizaje a través de los proyectos mal logrados. Este instituto se enfoca específicamente en el fracaso empresarial, se habla, se escucha para entender, sensibilizar e investigar sobre el fracaso en los negocios. En Colombia, han hecho estudios acerca del por qué fracasan las pymes y encontraron que el 74.4% fracasan por ingresos insuficientes, el 67,3% por problemas en la ejecución de lo planeado, el 63,9 por problemas de financiamiento y el 59% por puntos de venta inadecuados.


Pero claro, no se trata de volverse adicto a los malos resultados. Tal vez lo que se trata es se sacudirse el polvo, limpiarse los mocos y volverlo a intentar.

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