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Foto del escritorMauricio Liévano Quimbay

El malestar de la cultura (Corporativa)

En tiempos de sociedad líquida, donde todo cambia, todo se transforma, lo único que nos permite no caer en la locura, es aferrarnos a las raíces, a la esencia, a la razón que nos permite ser lo que somos y no otra cosa. Igual pasa con las empresas que, por más líquidas que sean (y lo son porque la modernidad así lo exige) tienen la necesidad y la obligación de tener una cultura corporativa sólida, más allá de la apariencia.


Es decir, las empresas y los seres humanos podemos cambiar de apariencia, de peinado, de ropa, de nombre, de trabajo, de oficio, de palabras, es decir lo estético, y no pasará de ser un retoque marketero o decorativo. Sin embargo, cuando caemos en la esquizofrenia de marcar distancia entre la esencia y las acciones, es cuando afectamos nuestra capacidad para pensar, para sentir y para comportarnos de manera coherente, para terminar desconectados de la realidad.


En el caso de las organizaciones, la olla de oro al final del arco iris cuando de hablar de cultura corporativa se trata, es la definición de lo que son, de lo que quieren ser y de las formas de pensar que se lo permiten. Es simple, tanto, que de fácil, termina siendo complicado: Misión, visión y valores.


Muchos de los emprendimientos,  fracasan porque consideran su construcción y su definición como una tarea menor, poco importante, retórica en estado puro, poesía y frases efectistas, eslogans sonoros o babas elocuentes. Muchas empresas, grandes o pequeñas, terminan en medio de un conflicto de identidad, con el costo que esto supone, cuando sus procedimientos, sus maneras, sus palabras, sus productos, tanto internos como externos, no responden a lo que son o a lo que quieren ser.


La definición de estos conceptos debe ser un proceso cuidadoso, metódico, minucioso, casi quirúrgico, porque no se trata de estructurar algo que suene bien, sino algo concreto y claro, verdadero y cumplible. Cada palabra debe tener un peso específico, una intención determinada, un propósito delimitado, un deseo concreto. Para completar, existe tal mezcla de conceptos que todo termina en un barullo porque se confunden valores con principios, ética con moral, plan con estrategia, meta con objetivos, comunicación con información, medio con mensaje, reputación con prestigio, notoriedad con posicionamiento, mercadeo con ventas, promesa de valor con copy publicitario.


Cuando una empresa o una organización tiene claro lo que es, lo que quiere ser y los valores que la guían, el resto debería ser un proceso práctico, metódico, coordinado, sistemático y medible. Es decir la misión, la visión y los valores, son y deben ser, la fuente en la cual se bebe, el faro que ilumine todas las acciones, desde la estructuración corporativa de un sistema de cargos y carrera administrativa, hasta los indicadores de gestión, planes de mercadeo y ventas, presupuestos de gasto e inversión.


Un plan estratégico anual, por ejemplo, debería contener los pasos necesarios durante un período de tiempo para encaminar a la organización al cumplimiento de su propia visión. Igual un plan de carrera, o un plan de mercadeo o un plan de comunicación.

Así las cosas, las empresas líquidas de hoy requieren de unos conceptos mínimos para ser. Pueden ser de agua, pero requieren dos átomos de hidrogeno y uno de oxigeno. De lo contrario, serán otra cosa.


(*) El malestar de la cultura (corporativa) : Parafraseando a Sigmund Freud.


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