La soledad es la decisión unilateral de dormir con medias. Y es que el estar solo o no, es algo subjetivo, ya que cada cual decide si su nivel de interacción con los demás es suficiente. Cortázar, por ejemplo, decía que el tema de la soledad generaba un desgarramiento en él, porque por un lado era por naturaleza solitario, se sentía bien solo y podía vivir largos períodos solo, pero por el otro sentía una cierta responsabilidad con su prójimo, y no le gustaba aislarse desmesuradamente. De alguna manera para él, la soledad era una especie de maldición, pues como ser humano se sentía comprometido a relacionarse con los otros.
Como sea, la soledad se ha convertido en un sello indeleble de nuestra sociedad como una cruel paradoja para un mundo hiperconectado. Las redes sociales absorben nuestras vidas. Tenemos relación con más personas, pero conocemos menos gente. El whatsapp ha reemplazado los afectos porque las conquistas y las despedidas se hacen a través de mensajitos de texto para evitarnos la molestia de defraudarnos en la cara. La soledad es un fenómeno que ha crecido exponencialmente, como la corrupción y la gordura, al punto que muchos hablan de una epidemia moderna, conectada con la salud física, mental y social.
Algunos, sin embargo, parecen disfrutarla, porque el silencio y los monólogos interiores tienen su encanto en esta época de ruido y estropicios. Encerrarse un poco, discutir con uno mismo, tal vez pensar en Dios o en nada, soñar con ese amor ausente, con esos tiempos anteriores o futuros, con esa guerra irresoluta, suele ser gratificante, porque al fin y al cabo cada quien es dueño de sus miedos y de sus masturbaciones. A eso, lo llaman solitud, que es una de esas bellas palabras extraviadas que significa la decisión de ir en busca del silencio perdido. La soledad, en cambio, es un sentimiento de vacío que se construye a cada día: un poco de timidez, algo de arrogancia, egos no resueltos, miedo a que te vuelvan a hacer daño, gotas de amargura y malparidez, y un poco de rebeldía, lo que se reduce en el hecho simple de no ser indispensable para nadie. La soledad nos la ganamos, porque usamos a las personas que tienen algo que ofrecernos, pero eso se devuelve y cuando los otros se dan cuentan que no tenemos nada que darles, nos dejan y se van.Y tal vez me pongo de primero.
Nadie se queda solo de un día para otro. Como en el poema de Benedetti, la culpa es de uno. Es un desierto que se amasa suavemente, casi en forma imperceptible, como una especie de ahorro a cuentagotas pero en sentido contrario porque en esta época de narcisos, vanidad y egolatría, de dudas sobre las personas que queremos,la soledad nos estalla en la cara en forma irremediable, cuando llorar sirve de poco, arrepentirse menos y pedir perdón apenas alcanza para conciliar el sueño después de tres horas dando vueltas en la cama.
Aquí no hay tal que como dice Saramago, "todos terminamos llegando a donde nos esperan". No. La soledad, es casi, casi, un hecho irreparable como el Alzheimer, un impuesto temporal o un gol cuando el partido acaba, ya que hay que entender que no es lo mismo un solitario que un solo, porque uno está sin compañía y el otro está necesitado. Las palabras y los hechos tienen su tiempo al igual que los afectos, los perdones (no solamente recibirlos sino,, darlos) y por supuesto, los temores . Todo deja huella y cicatrices imborrables y cuando uno quiere, tal vez ya no se puede. Hay gente que rueda con suerte. Otros, como yo, no tanto, por lo que no queda más remedio que dormir con medias con la secreta esperanza que al morir alguien encuentre en nuestro corazón, los nombres de las personas que nos han amado y que lo nuestro fue tan solo un error de apreciación.
Publicado originalmente en El Tiempo
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